Daríamos una nueva dimensión a la palabra ñapa.
Uno de enero:
Hoy me han llevado al solar por primera vez. La situación es perfecta:
tiene el Metro a dos pasos y una cafetería enfrente donde sirven menú del día. El viejo bloque de pisos, al que va a sustituir nuestra nueva construcción,lleva un año al borde de la ruina. Mi propia empresa ha colocado varios puntales que, por el momento, han ido evitando que el caduco edificio reviente por sus múltiples grietas. La construcción de este megalito de ladrillo dio comienzo hace cinco años, y aunque los pisos superiores nunca llegaron a recibir el agua, la electricidad y el enfoscado de las paredes,en diez meses los cimientos ya se habían desplazado peligrosamente y las vigas presentaban peligrosas fisuras. La cansada torre de viviendas ya ha cumplido su propósito y ahora nosotros la conduciremos a una muerte dulce. Por supuesto, el viejo edificio no será demolido hasta después de construir y probar el nuevo, lo que nos deja poco espacio de maniobra; pero no vamos a dejar a todas esas familias en la calle durante la construcción. De cualquier modo, los vecinos de la vieja y decadente estructura nos miran con recelo. Saben que el nuevo edificio tendrá viviendas más cómodas, pero algunos de los residentes no podrán costearlas. Ni sé qué va a ser de esta gente, ni es asunto mío. Llegan los primeros camiones de ladrillos.
Dos de enero:
Me han presentado a Alberto, la persona a quien "voy a reportar". No me han dicho si es el capataz, el jefe de obra, el aparejador, o el arquitecto; sólo me han dicho que todo lo que tenga que "reportar", se lo "reporte" a él. Así que, por donde él diga, yo zaca zaca, como una locomotora. Ésa es la definición que me han dado de nuestra metodología. He buscado "reportar" en el diccionario, y no aparece.
Seis de febrero:
En algo más de un mes, hemos cavado medio metro de cimientos. Ayer Alberto nos dijo que empezáramos a poner ladrillos, porque el tiempo designado para la cimentación se había agotado hace dos semanas. No aceptó nuestras excusas de que las prometidas excavadoras aún no habían llegado, y que nos habíamos visto obligados a cavar con las paletas de enyesar. Un compañero se trajo una pala de cavar que guardaba de una obra anterior, y casi le echan por razones deontológicas. Según Alberto, lo que pasa es que frecuentamos demasiado la cafetería. El asunto se ha zanjado con un "hale, a levantar paredes y luego que cada palo aguante su vela". El trabajo sin planos
es dificultoso. Los cimientos tienen una forma algo pintoresca. He pedido una plomada para que las paredes queden verticales, y he recibido improperios poniendo en duda mi masculinidad. Ya sé que Alberto no es el arquitecto, porque el arquitecto es un tal Ignacio. Pasó a supervisar la obra el otro día, aunque aún no había nada que ver. Me han llegado rumores, aunque no son muy dignos de crédito, de que existen fotocopias de planos.
Doce de mayo:
Anoche estuvimos hasta las siete de la mañana cubriendo con tablas y enmoquetando el espacio que algún día ocupará el despacho de la sexta planta, aunque el edificio no es aún más que una maraña de vigas de todos los tamaños y algunas paredes que habrá que tirar más tarde porque están en el sitio equivocado. Hemos traído baterías para los fluorescentes y unos muebles de caoba preciosos. Por suerte, todo estuvo a punto para la demo. Izamos al cliente con la grúa hasta su futuro despacho, y pudo contemplar la vista que se disfrutaría desde el emplazamiento. El viento hizo que la pared oeste, que dos de mis compañeros sujetaban con la espalda, se derrumbara con gran estruendo sobre la mesa de caoba en el peor momento. Gracias a Dios, el cliente fue comprensivo: esto pasa siempre en las demos, y él está curado de espanto, dijo mientras le sacudíamos el polvo del traje. Dice que el lunes que viene vendrá a probar las instalaciones sanitarias. Supliremos con cubos la inexistencia de tuberías.
Veintitrés de febrero:
Han transcurrido casi catorce meses. Llevamos ya siete de retraso y el edificio no acaba de superar el estado de "casi terminado". Soy de los pocos albañiles que no ha cambiado de obra en este tiempo. Alberto está consumido por la zozobra, y se pasa el día en la cafetería. El arquitecto no ha vuelto a pasar por aquí. Los rumores dicen que existieron unos planos, pero no eran de un bloque de pisos, sino de un polideportivo. Por lo visto, en las reuniones del comité de construcción se dijo que la filosofía era la misma, y que sólo harían falta modificaciones mínimas.
Ahora comprendo por qué nos hicieron instalar aros de baloncesto en el hueco del ascensor. Siempre dije que acabaríamos teniendo que quitarlos o aquello no era un hueco de ascensor, que era cuestión de lógica. Alberto siempre me contestaba que no le viniera con tecnicismos. Estoy perdiendo la vocación de albañil. He decidido apuntarme por las tardes a un curso de informática, a ver si puedo cambiar de vida. Este oficio mío no es serio.
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